martes, 28 de febrero de 2012

Verde dentro del verde


En pleno corazón de la cidade maravilhosa, que me esperaba con su sonrisa interminable y su alboroto multitudinario, emergió un oasis de naturaleza y tranquilidad en el que pude caminar y disfrutar eso que todos los argentinos envidiamos tanto de Brasil: su color y su tersura.
Sintiéndome invitado, recorrí su camino, su trilha, haciendo caso omiso del calor, al amparo de la sombra de abricós de macaco, eucaliptos, jaqueiras, canelas y las impresionantes palmeiras imperiales, altas y señoriales como yo nunca había visto.

Distintos perfumes aparecieron en el camino. Distintos sonidos me acompañaron. Tuve la oportunidad de detenerme a disfrutar y refrescarme en las fuentes y observar con detenimiento los íconos que pueblan su superficie: reverenciar a pau brasil, padre vegetal de un país grande y feliz.

El riguroso parque japonés, en contraposición con un Lago de Pescadores relajado e informal. La fuente de las musas, a la que convergen los árboles más representativos de la mata costera. Centenares de historias únicas y misteriosas en la unión de cada trilha, en cada banco.

En el bromeliario conocí combinaciones de colores nunca antes vistas. Hojas carnosas y robustas protegiendo un centro húmedo y vital. En el vivero de las plantas insectívoras aprendí sobre la impertérrita violencia vegetal, que se satisface nutriéndose de pequeños insectos desatentos.

Pobres de aquellos que se sientan atraídos a la belleza de sus estambres o sus gineceos.
Y, finalmente, en el orquideario conocí la belleza majestuosa y sagrada: diseños perfectos de la naturaleza, sutil invitación a quedarme, a permanecer, a resistir el impulso a arrancarlas y llevarlas conmigo hacia otros rumbos.

Coincidencia. Lo mismo que me pasa con Cosita.

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